Adhemar Faerstein, jugador de la +35 de futsal que
participará de las Macabeadas de Israel, publicó en su cuenta de Facebook un
relato sensacional, que te deja con la piel de gallina. Tomate 5 minutos y
disfrutá de esta historia de vida del jugador de Macabi.
Hasta la
victoria siempre.
En pocos días estaré haciendo realidad un sueño de los que todos de pibe supimos soñar. Me estaré poniendo la remera argentina y representando a mí país en una competencia deportiva internacional. Si bien mi anhelo más preciado siempre fue calzarme la de Vélez en noche de final de Copa Libertadores, debo reconocer que la albiceleste apareció muchas veces mientras reventaba la pared del patio de mi casa de la calle Arregui tal como aconsejaba mi viejo: dale con derecha y con zurda alternando hasta que te agotes, una y otra vez, disfrutá de la amiga más noble del hombre: la pelota.
Participar en
unas Macabeadas Mundiales (competencia en la que participan más de 9.000
deportistas de las comunidades judías de todo el mundo) es un aspiracional que
muchos de los que practicamos deportes recreativamente tenemos como sueño.
Poder concretarlo en la
Selección Argentina de Futsal +35 sin duda lo es.
Desde el momento que confirmaron mi inclusión en el equipo no pude dejar de pensar en todos los que de alguna u otra manera fueron cimiento de mi pasión por el fútbol y la compartieron a mi lado inculcando el sentido del compañerismo, el esfuerzo común, demostrando de ese modo que todo siempre es mejor cuando se hace en equipo.
Desde el momento que confirmaron mi inclusión en el equipo no pude dejar de pensar en todos los que de alguna u otra manera fueron cimiento de mi pasión por el fútbol y la compartieron a mi lado inculcando el sentido del compañerismo, el esfuerzo común, demostrando de ese modo que todo siempre es mejor cuando se hace en equipo.
En una breve
pero muy simbólica ceremonia el cuerpo técnico nos entregó las casacas de juego
y en ese mismo instante me acorde de quien fue mi primer técnico. Era un
viejito, o al menos yo lo veía de ese modo, que se llamaba Bussi. Vivía a
cuatro o cinco casas de Pacífico, un club de baby que quedaba a la vuelta de
casa y para mí siempre fue una especie de templo. Cuando me dieron la pilcha
vino a mi mente el modo en el que nos ataba fuertemente los cordones antes de
entrar a jugar por los puntos, mientras iban repartiendo las camisetas, que en
los primeros años eran camisas con botones y bolsillo. Bussi te ataba los
cordones como nadie y te enseñaba como ninguno. Desdramatizaba y con firmeza
exigía que marques. Te miraba siempre a los ojos, para saludarte te pasaba la
mano tiernamente por el marote y cuando te ibas del club te llevabas todo ese
olor tan de buffet mezcla de cigarro, café, especial de salame, sonorizado por
la pelota del metegol golpeando la chapa y la AM de fondo. Ese aroma y ese sonido vinieron
junto con la imagen de mi primer técnico.
Y desde Bussi
en adelante aparecieron en mí una ráfaga de cuadros que marcaron mi vida
deportiva a fuego. El “Cholo” Davidovich, histórico DT de mi primer gran amor
llamado BAMI y el mejor engañador de entrenadores y delegados contrarios a la
hora de la firma de las planillas consiguiendo con sapiencia y calle eludir
hábilmente los controles para que todos su pibes pudieran jugar sin importar
fichajes, categorías, sanciones o suspensiones. Ese hombre que en su Citroneta
naranja nos recogía de a uno para completar el once, me repetía siempre lo
mismo: cabeceá con los dientes apretados y los ojos bien abiertos, dale con la
frente para abajo.
La secuencia
siguió con el recreativo de Vélez debajo de la Sur , dónde el piso era más duro que en ningún
lugar del mundo y las frutillas cicatrizaban para volver a formarse de partido
a partido. Luego, en Vélez también, los partidos en tierra y la pelota
picándote de un lado al otro obligándote a aprender a poner el cuerpo para
preservarla. A la salida venía el pancho Chisap en lo de los viejitos y el 109
rumbo a casa. Siempre en ese trayecto, en ese bondi y en cada regreso pensando
lo mismo: algún día jugaré con esta camiseta pero un partido de verdad.
También
aparecieron uno y cada uno de los partidos jugados con amigos. Nunca más
certera la frase que corona la amistad. “Prefiero la derrota entre amigos que
la victoria entre desconocidos”. Probablemente hayan sido más derrotas que
victorias, de lo que puedo estar seguro es que esos amigos sumados me han hecho
sentir siempre campeón invicto y de punta a punta. Desfilé. Y con muchos de
esos amigos, de la mano del Profe Ariel Román, nos dimos un gustazo
consiguiendo con Sosiego un ascenso hermoso para coronar tantos años de esfuerzo
y compromiso. Esa ilustración, que resume mucho, también está grabada.
Sin dudas la
más reciente imagen es la de haber encontrado mi lugar en el mundo y el de mi
familia: San Miguel. Allí, tuve la suerte de darme varios gustazos deportivos,
campeonar con amigos jugando un buen fútbol y compartiendo los mejores asados
con las más auténticas cervezas. Un técnico que comanda una nave llevando a
todos a puerto como lo es el Pipi, consiguió hacerme entender que aún de grande
te podes enamorar como la primera vez y hermanarte de ese afecto sintiendo ese
escalofrío responsable cuando te dan la camiseta de Macabi para salir a
bancarla. Estás defendiendo una historia y unos valores de solidaridad,
cooperación y profundo sentido de pertenencia.
Desde Bussi hasta Pipi la secuencia fue súper dinámica. Pasaron las peores derrotas y las más heróicas victorias. Vi a mucha gente. Vi a muchos rivales. Vi muchos amigos. Vi muchos inviernos bancando la parada. Vi muchas pretemporadas entusiastas. Visualicé muchas ilusiones. Lo vi a mi viejo llevándome a todos lados de pibe, lo vi silencioso tras el alambrado, lo vi cuando me hacía llevarla cortita o haciéndomela poner debajo de la suela, lo vi tirándome centros. Vi a mi mujer sosteniendo siempre todos mis sueños y bancándolos con compañerismo férreo. Vi a mi hija aguantando eso de que su padre aún elija jugar como si fuese un pibe. Vi también a mis hijos, herederos congénitos de una pasión redonda con esa hermosa monotemática costumbre de pensar, hablar y soñar fútbol. Vi mucha gente que ama a este juego tanto como lo amo yo. Y todos me enseñaron seguramente mucho más de lo supe aprender.
Desde Bussi hasta Pipi la secuencia fue súper dinámica. Pasaron las peores derrotas y las más heróicas victorias. Vi a mucha gente. Vi a muchos rivales. Vi muchos amigos. Vi muchos inviernos bancando la parada. Vi muchas pretemporadas entusiastas. Visualicé muchas ilusiones. Lo vi a mi viejo llevándome a todos lados de pibe, lo vi silencioso tras el alambrado, lo vi cuando me hacía llevarla cortita o haciéndomela poner debajo de la suela, lo vi tirándome centros. Vi a mi mujer sosteniendo siempre todos mis sueños y bancándolos con compañerismo férreo. Vi a mi hija aguantando eso de que su padre aún elija jugar como si fuese un pibe. Vi también a mis hijos, herederos congénitos de una pasión redonda con esa hermosa monotemática costumbre de pensar, hablar y soñar fútbol. Vi mucha gente que ama a este juego tanto como lo amo yo. Y todos me enseñaron seguramente mucho más de lo supe aprender.
Con todo lo
enseñado a lo largo de estos 38 años junto a lo aportado con generosidad y
nobleza por el Bicho, Chapa y Dani (cuerpo técnico) y mis compañeros en esta
reciente etapa, me calzo esta casaca con la responsabilidad de no fallarle a mi
historia, de no entregar esos sueños que todos los futboleros siempre hemos
tenido.
A todos, gracias. Huevos, corazón y pases cortos, amén.
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